Ahora, imagínate besar a alguien con este aliado invencible. No cualquier barra de labios, sino una que resista todo: el café de la mañana, un abrazo espontáneo y los momentos más apasionados en medio de la pista de baile. Una barra de labios que no desaparece tras el primer beso, sino que deja una huella que dice: «Yo estuve aquí».
Besos y barras de labios, una preciosa combinación (im)perfecta. Siempre juntos, pero nunca sin complicaciones. La barra de labios quiere mantenerse en su sitio. Pero un beso siempre en el mismo sitio es un poco aburrido. Tú lo quieres todo. La estabilidad de la barra de labios y la chispa del beso. Un color mate intenso y una suave marca en el rostro. Que el pigmento resista, pero que al mismo tiempo, sepa cuándo soltarse. (Sí, seguimos hablando de las barras de labios. O no.)
Besos: lección 1
Has encontrado el tono ideal. Te has perfilado los labios. Los has rellenado, empolvado y fijado. Te sientes divina. Y de repente oyes: «Hueles muy bien…» y alguien se te acerca. En ese momento, se libra una pequeña batalla entre el corazón y la estética. Y gana… el beso. Siempre. Porque el amor es cuando a la otra persona no le importa parecer la víctima de un ataque de carmín.
Porque, ¿sabes qué? Un auténtico beso con barra de labios no es una cuestión de perfección. Se trata de tener valor, del instante en el que dejas que el color y los sentimientos se fundan en un momento irresistible. Y lo que queda en tus labios es solo la guinda del pastel de ese instante lleno de magia.
Por suerte, hoy en día hay barras de labios que lo resisten (casi) todo. Duran más que tu ex, llenan más que una tarta de chocolate y ofrecen una hidratación que haría sonrojar a cualquier bálsamo labial. Besarse con una barra de labios ya no es misión imposible: es como hacer equilibrios sobre adoquines con unos tacones de aguja. Requiere experiencia, práctica y una base ideal.